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En 2019 se identificó un nuevo coronavirus como la causa de un brote de enfermedades que se originó en China. En marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró este brote de COVID-19 como pandemia.

Aunque la mayoría de las personas con COVID-19, tienen síntomas entre leves y moderados, la enfermedad puede causar complicaciones médicas graves y, en algunas personas, la muerte. Los adultos mayores o las personas con afecciones crónicas están a mayor riesgo de enfermarse gravemente con COVID-19.

Sabemos que hay factores que aumentan el riesgo de complicaciones por COVID-19; entre ellos podemos destacar:

♦ Problemas asociados al sistema respiratorio

♦ Problemas asociados a algún tipo de insuficiencia orgánica

♦ Obesidad

En este post, nos centraremos en cómo el COVID-19 afecta a personas con obesidad.

Según la OMS, se define la obesidad como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud.

Sabemos que la obesidad es un factor de riesgo para diversas enfermedades como ateroesclerosis, hipertensión, resistencia a la insulina y diabetes mellitus.

Tradicionalmente, se había concebido de una manera muy simplista: se consideraba que esta patología era producto de un exceso en la ingesta de alimentos aunada a una inadecuada actividad física. Nada más lejos de la realidad…

¿Qué tiene que ver la obesidad con el COVID-19?

Debemos entender que la obesidad NO es simplemente “tener más grasa” sino que, ese aumento de tejido adiposo, tanto de tamaño (hipertrofia de sus células) como de número (hiperplasia de las mismas), causan que esa grasa vierta al torrente sanguíneo una serie de sustancias que causan cambios en su interior, produciendo de esta manera, una inflamación crónica de bajo grado. Por lo tanto, no nos podemos “reducir solo” a fijarnos en ese tejido adiposo, sino que tenemos que tener en cuenta muchos más factores.

Se ha establecido que los pacientes con obesidad son más propensos a desarrollar infecciones, así como un mayor tiempo de recuperación y complicaciones cuando desarrollan una infección.

Estos efectos pueden ser debidos a alteraciones en el sistema inmune, el cual es el encargado de protegernos de las infecciones causadas por microorganismos patógenos, así como de reparar los tejidos dañados.

La relación entre obesidad e inmunidad se ha determinado con base en alteraciones de moléculas y células del sistema inmune innato y adaptativo. De todas ellas, los macrófagos han sido las células más estudiadas en relación a la obesidadEstas células se encargan de fagocitar (eliminar) bacterias o cualquier objeto extraño que entra a nuestro cuerpo.

 

MACRÓFAGOS
Hay dos tipos de macrófagos:

 1. M1: Promueven la inflamación secretando moléculas, las cuales a su vez pueden inducir resistencia a la insulina.

 2. M2: Inhiben la inflamación.

Se ha observado que existe gran cantidad de macrófagos en el tejido adiposo, principalmente del tipo M1. Este efecto influye para que en la obesidad se presente una inflamación de bajo grado.

 

EFECTOS SOBRE EL SISTEMA INMUNE
Además de este, se dan una serie de cambios que afectan negativamente al sistema inmune, entre ellos:

1. Los neutrófilos aumentan en la sangre circulante.

 2. Los eosinófilos (células que se encargan de la defensa contra parásitos), disminuyen conforme aumenta el tejido adiposo.

 3. Las células asesinas naturales (NK), importantísimas para eliminar células infectadas por virus o potencialmente cancerosas, se encuentran en niveles bajos en el tejido adiposo.

El aumento en la prevalencia de la obesidad es consecuencia de los cambios alimenticios y del sedentarismo, pero la obesidad es un síndrome multifactorial, por lo que también son objeto de estudio otro tipo de variables como la genética, trastornos de la conducta alimentaria, factores ambientales (hábitos y tradiciones familiares), factores culturales, etc.

Por otra parte, tenemos la pérdida de masa muscular, que juega un papel principal en esta enfermedad. Esta pérdida de masa muscular lleva parejos cambios progresivos a todos los niveles (neuromuscular, anatómico, cardiovascular y metabólico), ya que el músculo es una estructura activa (consume energía) y tiene un papel protagonista en el metabolismo basal.

Se ha demostrado que, el entrenamiento de fuerza bien pautado y programado, junto con entrenamiento de tipo aeróbico (todo ello acompañado de una alimentación individualizada a las necesidades del sujeto), es la mejor estrategia para inducir cambios en la composición corporal, y no solo esa “pérdida de peso” que busca la gran mayoría de gente, la cual no debería ser el objetivo diana.

Por lo tanto, tenemos ante nosotros la única pastilla capaz de actuar a diferentes niveles de regulación molecular y hormonal y, de esta manera, potenciar los cambios necesarios para que se den las mejores condiciones de salud posibles:

EL EJERCICIO.

 

 

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